martes, 19 de agosto de 2025

No elimines tus defectos: conviértelos en destino. Quien borra su sombra borra también su fuerza.


Tanto el moralismo cristiano convencional como el racionalismo moderno pretenden “corregir” al hombre como si fuera un mecanismo. 

La Grecia arcaica, en cambio, entiende la vida no como suma de virtudes y defectos, sino como tensión inseparable entre fuerzas, instintos y destinos. Pensar que lo esencial es eliminar defectos responde más al ideal moralizante de perfección que al espíritu heroico de aceptar la condición humana.

Desde una visión trágica, lo que llamamos “defecto” puede ser también la otra cara de una fuerza creadora. El mismo rasgo que en unas circunstancias aparece como limitación, en otras se revela como potencia.

Como decía La Bruyère, es más fácil acumular virtudes “externas” que transformar lo profundo del carácter, pero el objetivo no es eliminar el defecto, sino transfigurarlo en destino.

El ideal moderno de un hombre sin defectos y sin sombras es peligroso porque desemboca en homogeneización y pérdida de singularidad.

Es un error considerar el defecto como algo a suprimir. Lo trágico consiste en asumir que nuestros límites son inseparables de nuestra grandeza.

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