sábado, 1 de febrero de 2025


La brujería es un camino que atrae a quienes sienten el llamado de lo oculto, la conexión con lo invisible y la presencia de fuerzas ancestrales. A lo largo de la historia, la imagen de la bruja ha sido moldeada tanto por sus practicantes como por quienes los persiguieron, generando una narrativa donde el cruce de límites, los vuelos espirituales y la comunión con los muertos forman parte de su esencia. Sin embargo, la verdadera naturaleza de la brujería va más allá de estos relatos y se hunde en una cosmovisión profunda, donde la relación con el Otro Mundo es tan real como la que se tiene con lo tangible.

Las antiguas creencias populares, antes consideradas meras supersticiones, han sido reexaminadas desde la perspectiva de estudios comparativos con prácticas chamánicas en diferentes culturas. Investigaciones como las de Carlo Ginzburg y Emma Wilby han demostrado que la experiencia de las brujas no era solo un producto de la imaginación o de la represión inquisitorial, sino una forma de interacción con realidades espirituales que existían en la mentalidad de la época. La brujería, lejos de ser una práctica homogénea, abarcaba un amplio espectro de funciones dentro de sus comunidades: desde la curación y la protección hasta la maldición y el daño.

Este camino no se basa en dogmas ni en estructuras religiosas convencionales, sino en la vivencia directa del misterio y el contacto con lo sagrado. No todo en la brujería es luz y armonía; también implica enfrentar la propia oscuridad y aprender a canalizarla en formas útiles. La aceptación del lado sombrío de la naturaleza humana permite un equilibrio más profundo y auténtico con el mundo y con uno mismo.

Las prácticas brujeriles están arraigadas en el respeto por los ciclos naturales y en el reconocimiento de la interconexión con el entorno. Desde tiempos remotos, los humanos han entendido su existencia en relación con la tierra, los astros y los ritmos de la vida. La espiritualidad de los antepasados no se limitaba a un culto agrario, sino que formaba parte de una visión animista donde cada elemento del mundo poseía conciencia y energía. Con el tiempo, esta conexión se fue perdiendo, dando lugar a una concepción de la realidad fragmentada, donde lo visible y lo invisible quedaron separados. Sin embargo, el vínculo con el mundo espiritual nunca desapareció por completo, y su recuperación implica un regreso a una comprensión más integral del cosmos.

La brujería tradicional busca restaurar este vínculo sin necesidad de intermediarios religiosos. Su esencia no es la adoración de dioses distantes, sino la interacción con espíritus, fuerzas naturales y ancestrales. Su conocimiento no se encuentra en textos sagrados, sino en el folclore, en los mitos y en las experiencias personales. Para muchos, esto supone un proceso de reconstrucción y renacimiento interno, una transformación en la que el cerco entre los mundos se disuelve hasta dejar de ser una barrera.

Las festividades estacionales y los rituales ligados a la naturaleza representan una de las formas más antiguas de celebrar esta conexión. A través de ellas, se honra el paso del tiempo, el equilibrio entre la vida y la muerte y el papel de los espíritus en el devenir del mundo. En un tiempo donde el ser humano se ha alejado de su entorno, estas prácticas permiten recuperar el sentido de pertenencia y la sabiduría que habita en la tierra y en los ciclos del cosmos.

Responder al llamado de la brujería no es simplemente una elección, sino una vocación que se manifiesta de múltiples formas: a través de un linaje, de una experiencia espiritual inesperada o de la enseñanza de otro practicante. Quien sigue este camino lo hace con plena conciencia de sus implicaciones, asumiendo un papel dentro del equilibrio de fuerzas que rigen el destino. La brujería no es un refugio para escapar del mundo, sino una forma de integrarse en él con una mirada más profunda, reconociendo la presencia de lo invisible en cada aspecto de la existencia.

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