El poema construye una atmósfera donde el lenguaje poético no describe una realidad objetiva, sino que crea su propio universo simbólico.
La oposición entre elementos naturales y religiosos (“cabrito”, “araña”, “huesos quebrados”, “fuego”, “selvas”) genera un lenguaje que evoca tanto lo telúrico como lo sagrado.
Salmo 50 pertenece a la poesía lírica pero con una clara influencia de los salmos bíblicos, que combinan poesía religiosa y plegaria penitencial. El número 50 no es casual: el Salmo 50 en la tradición judeocristiana es el Miserere, una súplica de purificación y redención. El poema comparte elementos con la poesía mística española (San Juan de la Cruz, Santa Teresa), donde el alma busca su purificación a través del lenguaje; y con el surrealismo, en su empleo de imágenes irracionales y visionarias.
El uso de un tono sacerdotal y profético, así como su invocación a un poder divino (“Escribe con fuego sobre mi casa una sola palabra”), refuerza su carácter de súplica trascendental.
El poema requiere que el lector reconstruya su significado en un horizonte de expectativas basado en la tradición bíblica y la poesía hermética. Desde la semiótica, el poema está cargado de signos religiosos y alquímicos: sacrificio (“Yo te ofrezco un corazón”, “hunde en el mar mis huesos quebrados”), renacimiento y transmutación (“subiré hasta el aire limpio como una espiga”, “un imán rescatará mi alma entre las cenizas”.) y revelación y verbo divino (“escribe con fuego sobre mi casa una sola palabra”).
La idea de la palabra como creadora de mundos (según Lotman y Mukarovsky) está presente en la última estrofa, donde el lenguaje se convierte en un acto mágico que transforma la realidad.
Desde la perspectiva horaciana del dulce et utile, Salmo 50 cumple tanto una función estética como una función cognoscitiva y catártica. La poesía aquí, en términos aristotélicos, opera como catarsis y dentro de la tradición clasicista podemos asociar el poema a aquella poesía que instruye y emociona simultáneamente. Por otro lado, según una mirada socioliteraria, podríamos ver en la súplica una búsqueda de transformación de la realidad. Finalmente, el poema funciona como un acto de habla performativo: no solo comunica un estado, sino que busca generarlo en el lector.
Dada la carga espiritual del poema, podemos establecer paralelos con San Juan de la Cruz, en su imaginería oscura (“noche que anida tras mi frente” recuerda a la Noche oscura del alma); obviamente, con el Miserere de David, donde el poeta pide ser lavado de sus pecados (“limpia la noche” es una metáfora de purificación); y con el surrealismo místico de Breton, donde el lenguaje se convierte en una revelación.
Salmo 50 se inscribe en la tradición de la poesía visionaria, donde el lenguaje es a la vez invocación, súplica y transformación. Podemos entenderlo como una composición que utiliza la retórica del salmo para construir un espacio de invocación y sacrificio, que juega con el lenguaje visionario y hermético para generar múltiples significados, que rescata la tradición de la poesía mística, pero con una sensibilidad contemporánea, y que funciona como un acto performativo, donde el lenguaje busca una transformación espiritual.
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