En Carne de Leviatán (2013), Chus Pato trabaja una poesía que tiende a la disolución del yo y a una forma de escritura que se fragmenta, se reconfigura y se construye en un estado de ruina. En los poemarios de Javier Gato, especialmente en 72 Demonios (2012) o Conversión de la estatua de sal (2023), también hay una exploración de la identidad a través del extrañamiento, el descentramiento y la metamorfosis del sujeto. Ambos textos comparten una poética en la que el yo poético se abre y se descompone en múltiples voces o estados de ser.
El Leviatán en la obra de Chus Pato es una figura clave, que encarna el poder descomunal, la devastación y la resistencia del lenguaje. En el caso de Javier Gato, los demonios (72 Demonios), la licantropía (Lycisca, 2016), las referencias al fuego y al sacrificio (Flechas contra el fuego, 2016) también construyen un imaginario donde lo bestial y lo mitológico funcionan como dispositivos de exploración de lo humano en sus límites. La animalidad y la monstruosidad en ambos poetas no solo son metáforas, sino estructuras que organizan el poema.
Tanto en Chus Pato como en la obra de Javier Gato hay una resistencia a los límites del poema convencional. Ella opera con el ensayo, la narración filosófica y la cita intertextual en una poética que desborda géneros; en el caso de él, su poesía también juega con el fragmento, con el cruce de registros discursivos (periodismo, mitología, referencias literarias) y con la mezcla de lirismo y pensamiento. La relación entre poesía y teoría en ambos casos es central.
En Carne de Leviatán, el cuerpo aparece como un territorio marcado por la política, la historia y la memoria. En la obra de Javier Gato hay también una insistencia en el cuerpo como espacio de conflicto, transformación y escritura, ya sea desde la violencia (Flechas contra el fuego), la mutación (Lycisca) o el desgaste (Conversión de la estatua de sal).
La afinidad entre Carne de Leviatán y la poesía de Javier Gato no radica en una influencia directa, sino en una serie de preocupaciones compartidas: la disolución del yo, la escritura como proceso fragmentario, la relación entre cuerpo y lenguaje y el uso de figuras mitológicas o bestiarias como ejes poéticos. Ambos trabajan en los márgenes de una poesía expandida, que no teme hibridarse y que encuentra en la fisura y la inestabilidad su verdadera forma.
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