La teología de la Diosa enseña que la Creación no es distinta ni separada de su Creadora. Lo que existe no ha sido arrojado al ser desde un poder ajeno, sino que ha emergido y permanece en el Cuerpo viviente de la Diosa. En esta concepción, Su Cuerpo no es solo fuente y sustancia del mundo, sino también imagen y estructura del mismo.
Por esta razón, Su desnudez no puede ser leída desde categorías humanas de pudor o exposición. La desnudez de la Diosa es una forma de revelación sagrada: un acto teológico por el cual el mundo se nos ofrece en su configuración divina.
Cada parte del Cuerpo de la Diosa corresponde a una realidad del mundo. Esta correspondencia no es alegórica, sino fundacional. El vientre que gesta corresponde al espacio fértil y germinante de la Tierra. Los senos que amamantan son las fuentes y los ríos que nutren. El ombligo es el centro vital, el punto de origen. Las caderas y muslos son las montañas y los pilares del mundo. Su vulva es la puerta por la cual toda vida entra y sale.
El Cuerpo de la Diosa es una geografía sagrada. En Él se puede leer la topología del Universo. No hay dualidad entre cosmología y anatomía sagrada: el Cosmos es el despliegue visible de su forma.
La afirmación teológica según la cual “lo que vemos fuera está inscrito en Ella” implica un principio fundamental de la doctrina: el mundo no es una creación ajena, sino una inscripción viviente en el Cuerpo Divino. Todo lo que aparece, todo lo que se da a la experiencia, es una manifestación corporal de la Diosa.
Esto supone una inversión radical del paradigma teísta clásico: no es que la Diosa esté en el mundo como fuerza activa, sino que el mundo está en la Diosa como expresión visible de Su Cuerpo. Por tanto, contemplar la Naturaleza, estudiar los ciclos del tiempo, mirar las estrellas, escuchar el viento o atender al cuerpo humano es leer las inscripciones teológicas de Su desnudez.
Dado que Su Cuerpo es el lugar donde se inscriben todas las realidades, la desnudez de la Diosa no es exposición ni debilidad, sino epifanía plena. Ella se deja ver porque no hay contradicción entre lo que es y lo que muestra. La desnudez es, por tanto, acto supremo de verdad y confianza.
En un mundo donde lo divino suele asociarse a lo oculto, a lo velado o a lo separado, la Diosa se presenta sin velo porque todo en Ella es sagrado, transparente y absoluto. No hay fragmentación entre Su forma y Su ser. Por eso, Su desnudez no revela el cuerpo, sino el mundo.
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