sábado, 26 de abril de 2025

Caminar en espiral: memoria del origen y ritmo del universo


Hay una forma de caminar que no es simplemente desplazarse, sino recordar. Una forma de moverse que no se dirige hacia una meta externa, sino hacia una profundidad olvidada. Esa forma es la espiral. Caminar en espiral (en lo físico, en lo simbólico, en lo espiritual) es un acto arcaico de rememoración: un gesto que despierta la memoria del origen y pone al alma en contacto con el ritmo oculto del universo.

A diferencia del trayecto lineal, que separa, que jerarquiza, que divide el principio del fin, la espiral vincula, entrelaza, respira. Su curvatura envolvente no avanza por conquista, sino por resonancia. Es una forma que se pliega y se despliega, que desciende y asciende, que entra en sí misma y vuelve al mundo, cada vez con más conciencia, cada vez con más latido.

Desde los antiguos laberintos iniciáticos hasta los círculos de piedra druídicos, el caminar espiralado ha sido un rito de transformación. En él, el cuerpo no solo se mueve: se convierte en antena, en tambor, en eco del cosmos. Cada paso en espiral es una nota en la música del tiempo profundo. Se desandan los caminos de la razón y se entra, poco a poco, en otro régimen de percepción: uno donde el espacio no es un objeto, sino una frecuencia.

Caminar en espiral es recordar sin palabras. La memoria que se activa en ese gesto no es la de los hechos, sino la de la fuente. No se trata de mirar atrás con nostalgia, sino de volver al núcleo donde todo aún vibra en su forma primordial. Como el embrión en el útero, como el remolino en el agua, como la galaxia que gira, uno mismo se vuelve imagen viviente del origen. Y desde ahí, todo cambia: el afuera se convierte en reflejo del adentro, y el adentro, en resonancia de lo invisible.

Los pueblos antiguos lo sabían. Por eso tejían sus caminos sagrados en espiral, sus danzas rituales en círculo creciente, sus símbolos de poder con curvas que giran. Sabían que el universo no avanza en línea recta, sino que gira, que pulsa, que se recuerda a sí mismo mientras se transforma. Caminar en espiral no era una superstición: era una ciencia del alma, un arte de sincronizarse con lo real más allá de las apariencias.

Reaprender a caminar en espiral es un acto de resistencia y de regreso. Un regreso no al pasado, sino al centro. Caminar así no es perder el tiempo: es entrar en el tiempo profundo, donde todo tiene sentido sin necesidad de explicación. Es escuchar, en el propio andar, la respiración del universo.

Y quizás, solo entonces, al girar, al volver, al danzar en espiral, comprendamos que el camino no era para llegar a otra parte, sino para despertar en el lugar donde siempre hemos estado: en el corazón del ritmo, en el latido del origen.

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