domingo, 27 de abril de 2025

En el Útero de la Diosa: la Creación como Misterio matricial

 

La Creación, en muchas tradiciones ancestrales, no es el producto de una Voluntad externa ni de un mandato ex nihilo, sino el fruto de una gestación profunda en el seno de lo invisible. Antes que ser obra de un Dios patriarcal que impone el orden desde fuera, el mundo nace en el Útero de la Diosa: un espacio sagrado, oscuro, fértil y envolvente donde todo es posible y nada ha sido aún diferenciado.

El útero no es simplemente una metáfora biológica: es un arquetipo cósmico. En él se conjugan la cueva, la noche, la matriz y la profundidad. No es lugar de luz, sino de sombra fértil; no de claridad, sino de latido. La Diosa no crea desde la palabra, sino desde el silencio. No modela desde fuera, sino que gesta desde dentro. Su Creación no es intervención, sino emanación.

La cueva, reverenciada en numerosas culturas como santuario primigenio, representa el espacio donde la materia se recoge sobre sí misma, donde la oscuridad nutre y protege. Entrar en la cueva de la Diosa es volver al origen: no al comienzo lineal de los calendarios, sino al abismo sagrado donde todas las formas duermen. Allí el tiempo se curva, el yo se disuelve, y el mundo aún no se ha pronunciado.

El acto creador en el Útero de la Diosa no obedece a una lógica técnica ni a una finalidad exterior. Es creación como misterio, como pulsación que brota del centro invisible. La noche de la Diosa (como la noche del alma) no es un vacío, sino una plenitud no revelada. En ella se gesta el mundo, no como producto terminado, sino como potencia en expansión. Todo lo que existe ha pasado, simbólicamente, por esa Matriz: la semilla, el sueño, la palabra, el fuego.

En este sentido, el Útero de la Diosa no es sólo una figura mitológica, sino una verdad ontológica. Nos recuerda que todo nacimiento es retorno: que para crear, hay que habitar el fondo. Que no hay verdadero alumbramiento sin antes sumergirse en la oscuridad. Que la vida no emerge del control, sino del abandono confiado al ritmo profundo.

Este símbolo también cuestiona la lógica productiva del mundo moderno, que niega el valor de lo oculto, lo lento, lo silencioso. En el culto al rendimiento, hemos olvidado que toda creación auténtica (ya sea un ser, una obra, una visión) necesita pasar por la noche de la gestación. Por eso, recuperar la imagen del Útero cósmico es también una forma de resistencia espiritual: volver a poner en el centro lo que ha sido excluido, despreciado, profanado.

La Diosa no ha muerto: Su Útero sigue palpitando en el centro de la Tierra, en los ciclos de la Luna, en los sueños que germinan desde abajo. Escucharla es volver a nacer. Honrarla es recordar que venimos de la profundidad y que sólo volviendo a ella podremos crear algo que no sea mera repetición, sino verdadera revelación.

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