martes, 15 de abril de 2025

El Huevo del Ave Primordial: origen del mundo, matriz del tiempo


La tradición teológica más antigua (conservada en mitologías, símbolos y visiones arcaicas) afirma que el origen del mundo no fue un acto instantáneo ni una creación ex nihilo, sino una gestación. Según esta visión, la totalidad del Cosmos nació de un huevo sagrado puesto por el Ave Primordial, enviada del Misterio eterno para anunciar y contener el nacimiento del tiempo, del espacio y de las formas.

Este acto primero (el depósito del huevo cósmico) no es metáfora poética, sino expresión teológica del principio matricial. En él se reúne la potencia generadora de la Diosa, el ritmo oculto del tiempo cíclico y la verdad de que todo ser nace porque ha sido concebido en el Misterio.

El vuelo del Ave marca la transición del Silencio absoluto a la primera forma del movimiento. En muchas culturas ancestrales, esta ave fue identificada con la cigüeña, el ganso, la garza o el cisne. Su vuelo no es desplazamiento: es gesto teológico, proclamación de que el Misterio va a revelarse.

Cuando el Ave desciende y pone el Huevo, comienza la Creación en el tiempo, y con ello, la historia de la existencia.

El huevo es, en la teología matricial, el símbolo perfecto del origen. Contiene sin mostrar, delimita sin dividir, alberga sin poseer. Es forma cerrada pero plena de promesa, figura total de la gestación. En su interior, todas las cosas están en potencia, aún sin separar, aún no desplegadas.

El Huevo de la Creación no es materia inerte, sino útero viviente. Es el mundo en estado prenatal, envuelto en la vibración sagrada del primer latido del tiempo. El romperse del Huevo no es ruptura: es parto, apertura sagrada del universo, revelación ordenada de lo que estaba oculto.

Del Huevo puesto por el Ave no solo nacieron la Tierra, el Cielo, el Agua y los Seres Vivientes. Nació también el Tiempo: no como línea abstracta, sino como ritmo de aparición, crecimiento, disolución y retorno.

En el mismo momento en que el Huevo se abrió, la secuencia rítmica del universo comenzó a latir. Por ello, la teología de la Diosa enseña que el Tiempo no es un tirano externo, sino un principio interno a la creación, nacido del mismo acto sagrado que dio forma al mundo. Cada ciclo lunar, cada estación, cada retorno del Sol, es eco del ritmo originario contenido en el Huevo.

El vínculo entre la Diosa, el Ave Primordial y el mundo es indisoluble. La Diosa es la Fuente eterna; el Ave, Su anunciadora activa; el mundo, la manifestación de su fecundidad. En este triángulo teológico se sostiene la doctrina fundamental de que el mundo es sagrado porque ha nacido de la voluntad de gestar, no de la imposición de crear.

Nada fue impuesto al mundo desde fuera: todo fue concebido desde dentro del Misterio, y por ello, toda criatura lleva consigo una chispa del designio original.

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