En el pensamiento teológico de la Diosa, la Creación no se limita a lo que puede ser observado, tocado o medido. Lo visible es solo la manifestación externa de una estructura más profunda, que sostiene, ordena y orienta todo cuanto existe. Lo invisible no es lo ausente, sino lo fundante. Y sin él, la realidad carecería de cohesión, de sentido, de dirección.
La Diosa no solo ha creado formas, cuerpos y paisajes: ha tejido la red invisible que los une, los significa y los guía. Esta red está compuesta de cinco elementos esenciales que constituyen la sustancia espiritual de la creación: los vínculos, los símbolos, los presagios, la memoria del mundo y el latido del tiempo.
Toda criatura está unida a las demás por lazos que no se ven, pero que conforman el entramado sagrado de la interdependencia. Estos vínculos (de sangre, de alma, de afinidad, de propósito) no son creaciones humanas: son formas invisibles que la Diosa ha dispuesto en la raíz del ser.
Ningún ser está solo. Ningún acto carece de resonancia. Toda existencia está tejida en relación. Esta es una de las grandes revelaciones de la teología de la Diosa: vivir es participar de una comunión sagrada que nos precede y nos sobrepasa.
Los símbolos no son adornos culturales ni invenciones poéticas: son las formas visibles de realidades invisibles. Un cuenco, una espiral, una semilla, una cueva, un cuerno lunar: cada uno guarda una verdad que no puede decirse con palabras, pero que puede reconocerse con el alma.
La Diosa ha inscrito símbolos en la Creación para que el ser humano recuerde y reaccione. Son signos cargados de resonancia espiritual, capaces de abrir la mente al misterio y de restablecer el vínculo entre lo temporal y lo eterno.
El mundo no está cerrado ni opaco. Al contrario: la Diosa lo ha dispuesto como espacio revelador, en el que cada acontecimiento puede portar un mensaje, una advertencia o una promesa. Los presagios son destellos de sentido que emergen en medio de lo cotidiano, indicios que el alma percibe cuando está atenta.
No hay azar, sino una arquitectura simbólica y rítmica que atraviesa la realidad. El vuelo de un ave, un sueño insistente, el eco de una palabra, el regreso inesperado de una imagen: todo puede ser un canal de comunicación entre la Diosa y el alma despierta.
El mundo recuerda. La tierra guarda. La Creación no es amnésica, sino profundamente consciente. Las piedras conservan huellas, los árboles acumulan estaciones, los lugares mantienen ecos de lo sagrado. Esta memoria no está escrita en libros, sino en las capas invisibles del ser.
La Diosa ha tejido en la materia una conciencia arcaica, accesible a través de los sueños, la intuición, el rito y la visión profunda. Olvidar esta memoria es romper el vínculo con lo divino. Recordarla es comenzar a ver más allá de lo aparente.
El tiempo no es un flujo lineal ni una abstracción numérica. Es un latido. Es el pulso del Cuerpo de la Diosa. Cada luna, cada estación, cada fase del día forma parte de un ritmo sagrado que estructura la vida y marca los momentos propicios para sembrar, esperar, crear, soltar.
Este latido no se impone desde fuera, sino que vive en lo más hondo del ser. Cada criatura lleva inscrita en su interior una memoria rítmica que la vincula al gran compás del universo. Percibirlo es entrar en armonía con lo divino.
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