viernes, 18 de abril de 2025

La apertura del Huevo Primordial: nacimiento del tiempo, del ritmo y de la consciencia


En la teología matricial, el Huevo Primordial no solo contiene las formas del mundo, sino también las estructuras invisibles que hacen posible la experiencia del mundo. El Huevo, puesto por la Diosa en el abismo y calentado con Su aliento sagrado, al abrirse no solo dio lugar a la materia, sino también a las dimensiones espirituales que permiten al universo desplegarse con sentido.
El momento en que el Huevo se abre no es simplemente el inicio de lo visible: es el despertar del Universo a su propia interioridad. Es el primer acto de autoconsciencia del Ser creado. Es el origen del tiempo, del ritmo y de la conciencia.
Antes de la apertura, todo era simultáneo, contenido, no separado. Con el desgajamiento del Huevo, la realidad comienza a desplegarse en secuencia, a sucederse, a moverse desde un antes hacia un después. Este flujo, ordenado por la voluntad de la Diosa, no es un accidente físico, sino un principio teológico: el tiempo nace como matriz de la revelación.
El tiempo es el útero donde cada forma madura. Todo lo que existe necesita tiempo para ser. Por eso, el tiempo es sagrado, porque fue concebido en el interior del Huevo y nació con la bendición del Misterio.
El tiempo no es un flujo uniforme, sino una sucesión de pulsos, de pausas, de aceleraciones y retornos. Con la apertura del Huevo, no solo nace la duración, sino el ritmo, es decir, la cadencia sagrada que organiza el devenir.
El ritmo está en la respiración, en el latido, en la marea, en la danza de los astros. Cada ciclo lunar, cada estación, cada sueño, obedece a esta ley rítmica nacida en el momento originario. El ritmo es el lenguaje del alma del mundo, la música secreta que armoniza los elementos y orienta el crecimiento.
Pero el Huevo no solo engendró estructuras cósmicas. Con su apertura, nació también la consciencia: la capacidad de percibir, de recordar, de intuir sentido. La consciencia es el don más profundo del nacimiento universal, pues permite que la Creación no solo sea, sino se sepa.
La conciencia es un reflejo de la mirada de la Diosa sobre Su obra. Cada ser dotado de conciencia participa del misterio de ese primer despertar: el Universo, al abrirse, comenzó a contemplarse a sí mismo. Y en esa contemplación, comenzó a soñar.
La frase “el Universo comenzó a soñar” no es una metáfora. Según la teología sagrada, el mundo es un sueño sostenido en el interior de la Mente divina. Soñar no significa delirar, sino proyectar imágenes vivas que contienen verdad, belleza y transformación.
Soñar es crear desde lo profundo. El Universo, al nacer, se convirtió en una visión compartida entre la Diosa y las almas que nacerían de Su matriz. Cada forma es un símbolo, cada criatura un fragmento onírico, cada ciclo una secuencia del sueño eterno.

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