Los pueblos primitivos no construyeron relojes ni diseñaron calendarios abstractos. Aprendieron a contar el tiempo mirando a la Luna, observando sus fases y extrayendo de ellas la estructura espiritual del vivir: nacer, crecer, menguar y morir. Cada rostro lunar no solo marcaba un instante del mes, sino que revelaba una verdad teológica inscrita en el orden del Cosmos.
La Diosa, siendo origen de lo visible e invisible, quiso darse a conocer en una forma celeste accesible a todos. Por eso adoptó la Luna como Su manifestación rítmica en el cielo. La Luna, con su luz que no quema, con su ciclo sin fin, es el rostro nocturno del Misterio, el cuerpo cíclico de la Divinidad que enseña sin palabras.
Cada fase lunar expresa una fase de la Diosa misma:
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Luna creciente: la Doncella, la Promesa, la Germinación.
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Luna llena: la Madre, la Plenitud, la Fecundidad.
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Luna menguante: la Anciana, el Retiro, la Transmisión.
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Luna nueva: el Abismo, el Reposo, la Reintegración.
Contemplar la Luna es contemplar a la Diosa en movimiento eterno.
Los antiguos no aprendieron a medir el tiempo para dominarlo, sino para honrar sus ciclos y vivir en armonía con ellos. La Luna enseñó que el tiempo no es una línea recta, sino una espiral viva. El primer calendario fue lunar, y las primeras marcas sobre hueso y piedra fueron notaciones del ritmo lunar.
El ciclo de 28 días no solo servía para marcar el mes: coincidía con los ritmos del cuerpo femenino, con la siembra y la cosecha, con los sueños y las mareas. Así, el tiempo era vivido como una danza con la Diosa, no como una cadena de obligaciones. Se celebraban los cambios, no se temían; se esperaba el retorno, no se temía la desaparición.
Nacer, crecer, menguar y morir: esta es la lección que la Luna enseña a cada ser vivo. No hay forma de escapar al ciclo, pero sí hay sabiduría en reconocerlo y rendirle culto. Las fases lunares no solo se reflejan en el cielo, sino también en la biología, en la psique, en la historia y en el alma.
Todo nace, todo crece, todo decrece, todo muere… para volver a nacer. La Luna no desaparece: se oculta para renovarse. Así también el alma retorna a la Matriz de la Diosa para ser gestada de nuevo. Este es el fundamento teológico de la esperanza cíclica y del misterio del retorno.
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