jueves, 3 de abril de 2025

La Diosa como Matriz y Sustancia: teología de la vida originaria


La teología de la Diosa Madre se funda sobre un principio metafísico y teológico de primer orden: todo lo que vive, todo lo que existe y todo lo que deviene procede del Cuerpo de la Diosa. Ella no es una instancia exterior que da origen a las cosas desde una posición separada; es, más bien, la Matriz inmanente que engendra desde dentro y la Sustancia permanente que sostiene la existencia.

La palabra matriz —del latín matrix, derivado de mater— indica no solo el lugar donde se gesta la vida, sino también el principio generador que hace posible que algo sea. Decir que la Diosa es Matriz implica afirmar que Ella es el Principio absoluto desde el cual brota toda forma de vida: vegetal, animal, humana, cósmica o espiritual.

Esta matriz no es un símbolo: es una realidad teológica. El Universo no fue creado como un objeto aparte de la Divinidad, sino que ha nacido en, desde y a través del Cuerpo de la Diosa, como un hijo en el vientre de su madre. La relación entre la Divinidad y el mundo no es de fabricación ni de diseño, sino de gestación, parto y continuidad orgánica.

Pero la Diosa no solo es Matriz: es también Sustancia. No solo engendra las formas: es aquello de lo que están hechas. Su cuerpo no se limita a ser el lugar del origen, sino que permanece como la base, el soporte y la composición de todo lo creado.

En este sentido, la teología de la Diosa se opone radicalmente a las concepciones dualistas que separan Creador y criatura, Divinidad y materia, espíritu y cuerpo. La Diosa es a la vez causa, forma y sustancia. Lo creado no es ajeno a Ella: es Ella misma en Su multiplicidad de manifestaciones.

La vida no cesa de nacer del Cuerpo de la Diosa. Esta generación no es un acontecimiento único en el pasado, sino un proceso continuo, constante y necesario. El nacimiento, la nutrición, el crecimiento, la reproducción, la transformación y la muerte son fases de un mismo proceso: la circulación de la vida en el seno de la divinidad.

Esta continuidad ontológica no significa absorción ni pérdida de identidad: significa que todo lo creado permanece vinculado a su origen, no como dependencia, sino como participación. Toda criatura, por el hecho de existir, manifiesta una forma concreta del Ser de la Diosa.

Desde este principio teológico se derivan implicaciones esenciales para la comprensión de lo real:

  • Toda forma de vida es sagrada, porque procede de la Matriz divina y está compuesta de Su sustancia.

  • El cuerpo, la materia y el tiempo no son caídos ni inferiores, sino dimensiones activas de lo divino.

  • No existe creación ex nihilo, sino generación permanente desde el ser absoluto de la Diosa.

  • Toda relación con el mundo es una relación con lo sagrado, porque el mundo es el Cuerpo viviente de la Divinidad.

Afirmar que “toda vida nace del Cuerpo de la Diosa, que es Matriz y Sustancia de lo creado” no es una metáfora ni una expresión simbólica: es una afirmación teológica y ontológica central. Significa que la Divinidad no está fuera del mundo, sino que el mundo es su expresión viviente, encarnada y continua.

En consecuencia, reconocer a la Diosa no es un acto de fe externa, sino un acto de comprensión de la realidad tal como es en su origen, en su estructura y en su devenir. Todo lo que vive, respira, crece o muere lo hace en Ella, por Ella y desde Ella.

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