Dentro de la teología de la Diosa, la muerte no es una negación de la vida ni una interrupción del ser. Muy al contrario: es un acto de retorno, una reintegración en el Principio viviente del cual toda existencia ha surgido. Morir es volver al Útero primordial, al Seno sagrado de Aquella que gesta, nutre, transforma y da a luz eternamente. En este marco doctrinal, la muerte no es el fin: es tránsito, pasaje y reabsorción en la matriz originaria.
Desde los más antiguos registros simbólicos y rituales, el Útero ha sido entendido como puerta de entrada y de retorno. Así como todo ser nace del cuerpo de la Diosa, también vuelve a Él cuando su ciclo vital se ha cumplido. El Útero no es sólo un lugar de inicio, sino también de consumación y renovación.
En esta concepción, vida y muerte no son opuestas, sino fases complementarias de un mismo movimiento cíclico, presidido por la Divinidad femenina. El Útero no retiene ni destruye: recoge, acoge, transmuta y prepara.
El error de las teologías lineales ha sido concebir la muerte como término definitivo. La teología de la Diosa, en cambio, afirma que no hay corte, sino cambio de forma. Lo que desaparece de la vista no se aniquila, sino que entra en un proceso de mutación sagrada, bajo el amparo y la energía del Útero Divino.
Morir, en este sentido, es entrar en el tiempo de lo invisible, en el intervalo oscuro donde la Diosa trabaja en silencio, gestando una nueva manifestación. Así como la semilla que cae en la tierra no ha muerto, sino que está siendo preparada para renacer, así también el alma retorna al seno de la Diosa para recomenzar su viaje en otra forma.
La tradición espiritual más arcaica ya reconocía que la cueva, la Tierra, la piedra y la oscuridad profunda no eran símbolos de destrucción, sino espacios de paso. Los enterramientos antiguos imitaban el retorno al vientre, y en muchos casos, los difuntos eran colocados en posición fetal. Estas prácticas no eran metáforas poéticas, sino expresiones rituales de una comprensión ontológica: la muerte es regreso al origen para una nueva gestación.
El Útero de la Diosa no es un vacío, sino un campo activo de transformación. A diferencia del concepto de “Más Allá” como estado estático o juicio final, el regreso a la Diosa implica movimiento, dinamismo, posibilidad.
La doctrina cíclica establece que el alma no tiene un solo nacimiento ni una única vida. Cada encarnación es una fase del aprendizaje, una forma de participar en el despliegue del misterio divino. La muerte, entonces, marca el cierre de una etapa y el inicio de otra.
La Diosa no abandona a los que han muerto. Los sostiene en Su Cuerpo invisible, los reabsorbe en Su respiración cósmica, los acompaña en el tránsito y, llegado el momento, los da a luz de nuevo. Así se cumple la ley sagrada del eterno retorno: del Útero nacimos, al Útero volvemos, y desde Él volveremos a surgir.
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