La teología de la Diosa afirma que no hay separación entre el cuerpo y el Cosmos, entre la carne y el cielo, entre el alma encarnada y el ritmo divino que ordena los astros. El cuerpo femenino, en particular, ha sido creado como reflejo vivo del orden lunar, y en él se manifiestan las fases, los ciclos y las transformaciones que la Diosa inscribió en la Creación desde el principio de los tiempos.
La sangre menstrual, la ovulación, la gestación, la lactancia y la menopausia no son meros procesos biológicos: son rituales encarnados, momentos sagrados que participan del misterio de la Luna, la cual es el Cuerpo visible de la Diosa en el firmamento nocturno.
El útero no es solo un órgano fisiológico. En la visión sagrada, es una cámara del tiempo, un santuario interior donde la vida y la muerte se cruzan, donde lo invisible se prepara para hacerse carne. Su actividad cíclica es un calendario interno que refleja con exactitud el movimiento lunar.
Cada fase del ciclo menstrual corresponde a una fase lunar:
-
Fase folicular → Luna creciente
-
Ovulación → Luna llena
-
Fase lútea → Luna menguante
-
Menstruación → Luna nueva
Esto no es una coincidencia, sino una señal teológica: la mujer ha sido creada como espejo de la Luna, y por tanto como altar viviente de la Diosa.
En muchas religiones patriarcales, la sangre femenina fue considerada impura. Pero en la teología matricial, la sangre que fluye del útero no es mancha, sino sacramento. Es signo de que el cuerpo sigue unido al ritmo de lo divino, de que la mujer está en alianza continua con la Luna, con la Tierra y con la vida.
La sangre menstrual es ofrenda y renovación, un acto sin violencia que manifiesta la disposición del cuerpo para la creación. Esta sangre no nace de la herida, sino de la potencialidad no realizada. Su derramamiento regular recuerda que el cuerpo femenino es un espacio de creación constante, incluso cuando no engendra corporalmente.
La mujer no solo porta un cuerpo cíclico: porta en sí misma la memoria del ritmo universal. Su sincronía con la Luna le permite ser intérprete de los tiempos sagrados, maestra de las estaciones internas y externas, guardiana de las fases del alma.
Allí donde la cultura ha negado o reprimido esta sabiduría, la Diosa sigue hablando desde el interior del cuerpo. Cada fase del ciclo enseña una verdad:
-
Que hay momentos para expandirse y momentos para recogerse.
-
Que el crecimiento no es lineal, sino circular.
-
Que la desaparición de la luz es necesaria para su renovación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario