martes, 6 de mayo de 2025

El Cielo como Reino de la Diosa Pájaro: teología de la altura sagrada

 

En la teología matricial de la religión de la Diosa, el Cielo no es un espacio abstracto ni un ámbito reservado a la trascendencia separada, sino una región ontológica viva, dinámica y reveladora, donde se manifiesta la Diosa en Su forma alada, aérea y oracular: la Diosa Pájaro. Esta figura, presente en múltiples culturas neolíticas, preindoeuropeas y mistéricas, constituye una de las más altas expresiones simbólicas del principio femenino como vínculo entre la materia y el espíritu, entre lo visible y lo invisible, entre la palabra y el silencio.

La Diosa Pájaro reina en el Cielo como Mediadora y Madre de las Alturas. No es una deidad lejana, sino una presencia activa que sobrevuela el mundo, lo observa, lo fecunda y lo canta. En Ella, el Cielo no es el lugar de la huida, sino del signo; no es el fin de lo humano, sino su orientación profunda. La bóveda celeste se convierte así en un espacio sacramental, donde cada estrella, cada nube, cada fase lunar habla un lenguaje que no es humano, pero puede ser escuchado por quien ha afinado el alma para ello.

La morada de las lluvias (otro de los títulos litúrgicos del Cielo en la teología de la Diosa) no debe entenderse sólo en sentido meteorológico, sino también teológico: las lluvias no son simples fenómenos naturales, sino actos de misericordia cíclica, gestos de fertilización que la Diosa concede al mundo cuando éste ha aprendido a esperar, a ofrecer, a agradecer. La lluvia es palabra encarnada, caricia descendente, voz líquida que une el Cielo y la Tierra. En este sentido, cada lluvia es una epifanía: un acto teofánico que une el útero del cielo con el seno de la tierra.

Asimismo, el Cielo es el espacio de los signos. Allí se inscriben los ritmos del tiempo sagrado: las lunaciones, los solsticios, los eclipses, las danzas de los planetas. No son simples eventos astronómicos, sino jeroglíficos vivos que expresan la voluntad y el ritmo de la Diosa. Los pueblos antiguos, que no separaban religión y naturaleza, sabían leer estos signos no como superstición, sino como una forma de escucha cósmica. El calendario ritual no era invención humana, sino traducción terrestre de los ritmos celestes revelados por la Diosa Pájaro.

Finalmente, el Cielo es también la morada de la palabra revelada. No una palabra escrita en piedra o impuesta desde fuera, sino una palabra que desciende como canto, como intuición, como visión. La Diosa Pájaro habla no con dogmas, sino con vuelos. Su revelación no es jurídica, sino poética. Ella inspira a las profetisas, a las soñadoras, a las que saben esperar en silencio y luego cantar lo escuchado. Su palabra no domina: fecunda. No divide: ilumina. No sentencia: guía.

Así, en el Reino del Cielo habita una forma de sabiduría que no es acumulación, sino revelación; no es discurso, sino vuelo. Elevar la mirada no es, en esta teología, alejarse del mundo, sino recordar que todo lo que existe está inscrito en un orden más amplio, más antiguo, más vivo: el orden alado de la Diosa, que vuela sobre las aguas, que anida en los astros, que deja caer Su canto como lluvia sobre el corazón atento.

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