sábado, 3 de mayo de 2025

La danza de la Diosa con el Sol: conjugar la luz y la sombra


En el corazón del tiempo sagrado, la Diosa no permanece inmóvil ni contemplativa: danza. Su danza no es sólo celebración, sino arquitectura del mundo, ritmo del devenir, conjuro del equilibrio. Y en esa danza primordial, Ella no gira sola. La acompaña el Sol, con quien traza un círculo eterno donde se funden polaridades que la razón moderna separa: luz y oscuridad, expansión y recogimiento, fecundidad y muerte, creación y disolución.

La Diosa danza con el Sol no como satélite pasivo, sino como co-Creadora del ciclo. Él la fecunda con su fuego, pero es Ella quien regula su fuerza, quien marca los tiempos del crecimiento y de la poda, del calor y de la sombra. Su danza es espiralada, ondulante, rítmica como el latido del mundo. Ella sabe que sin oscuridad no hay brote duradero, y que sin luz no hay floración. Así, conjuga ambas potencias: las entrelaza, las equilibra, las transforma.

En primavera y verano, la Diosa se abre: Su danza es de brazos extendidos, de vientre fértil, de multiplicación vital. En esta fase solar, Ella es la Madre de las criaturas, la que pare, nutre y protege. La reproducción animal, en todos sus niveles, responde a este impulso. Los cuerpos se encuentran, las formas se despliegan, los campos reverdecen. La energía es de irradiación, de comunión, de germinación.

Pero no hay vida sin muerte, ni fecundidad sin corte. Por eso, en otoño e invierno, la danza de la Diosa se pliega, se oscurece, se vuelve silenciosa y precisa. Es la Diosa Cazadora, que no mata por crueldad, sino por sabiduría del equilibrio. Caza para preservar, para depurar, para enseñar que toda forma debe ser entregada, devuelta, transmutada. Su danza es entonces más interna, más contenida, más exacta. No se aleja del Sol, pero lo somete al ritmo más profundo del ciclo.

La luz sin sombra se vuelve cegadora; la sombra sin luz, estéril. La danza de la Diosa con el Sol impide ambos excesos. Ella no elige entre opuestos, sino que los conjuga. Es mediadora entre los mundos, entre los estados del ser, entre las fases de la materia. Donde la lógica ve contradicción, Ella ve alianza. Donde la cultura impone separación, Ella recuerda la unidad dinámica.

Así, cada amanecer y cada ocaso, cada Luna creciente y cada Luna nueva, cada parto y cada muerte son pasos de esa danza arcaica que sigue resonando en los ritmos del cuerpo, en los ciclos de la Tierra, en los instintos de los animales. Danza que no busca un final, sino un equilibrio; danza que no desea imponerse, sino sostener el mundo en su constante transformación.

Quien se detiene a observar el cambio de las estaciones, el curso del día, el comportamiento animal, puede percibir ese movimiento antiguo. Y quien se atreve a danzar con la Diosa (no con los pies, sino con la conciencia) empieza a comprender que vivir no es avanzar, sino conjugar. No es ascender sin fin, sino moverse con el Sol y con la sombra, con la vida y con la muerte, en el ritmo profundo del Todo.

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