jueves, 8 de mayo de 2025

Las Aguas Subterráneas: teología del vientre oscuro y la matriz del mundo

 

En la teología profunda de la Diosa, las Aguas Subterráneas constituyen una de las tres regiones sagradas que estructuran la cosmología matricial del universo. No son simple elemento natural ni símbolo poético: son el plano ontológico de lo no manifestado, el vientre oscuro donde lo que fue se transforma y lo que será se gesta. En ellas reposa el misterio más radical de lo sagrado: la unidad de la muerte y del renacimiento, la comunión de lo invisible con lo viviente, la alquimia del alma que muere para volver distinta.

Las Aguas Subterráneas no son infiernos, como las tradiciones patriarcales posteriormente las codificaron, sino útero. No castigan, nutren; no condenan, regeneran. Son la Matriz primordial donde el tiempo se disuelve, donde lo fragmentado se reintegra, donde las formas se disuelven en estado latente. Son el seno eterno de la Diosa Anciana, que guarda en sí los restos de todos los seres y los gérmenes de todas las criaturas por venir.

Allí, en esa profundidad húmeda, callada, amniótica, reposan los muertos. No como residuos del pasado, sino como semillas del futuro. La muerte, en esta teología, no es un exilio, sino un regreso. No una aniquilación, sino una entrega amorosa a la matriz de la que todo ha brotado. En el descenso al mundo subterráneo (que es también descenso al alma, al sueño, al útero, a la cueva) el ser no se pierde: se reintegra al cuerpo invisible de la Diosa.

Es allí también donde germinan las almas nuevas. No nacen de la nada, sino del Todo latente. El alma, antes de encarnarse, se empapa en esas aguas de olvido y de potencia, donde aprende el ritmo de lo cíclico, el destino del cambio, el llamado del misterio. Las Aguas Subterráneas son, así, escuela prenatal y sepulcro iniciático; son lo que está debajo de toda vida y lo que permanece cuando todo ha sido entregado.

La teología de la Diosa no separa arriba y abajo, espíritu y cuerpo, nacimiento y muerte. Todo lo que brota en la superficie ha pasado primero por la hondura. Todo lo que resplandece fue antes oscuridad fértil. Así, las Aguas Subterráneas son necesarias para la plenitud de la Creación. Ninguna luz que no haya nacido de ellas es duradera. Ninguna alma que no haya sido moldeada en ellas puede cantar con verdad.

Honrar estas aguas implica aceptar una visión del mundo donde la sombra no es enemiga, sino hermana; donde lo que se retira es tan sagrado como lo que se ofrece. Implica también una ética de la entrega, de la escucha, del cuidado de los ciclos. Y una liturgia de lo hondo: del sueño, del duelo, del silencio, de lo que aún no ha sido pronunciado.

Por eso, los antiguos bajaban a las grutas, bebían de los pozos, ofrecían a las fuentes, enterraban con canto. Sabían que la profundidad no es el fin, sino el principio oculto. Sabían que las Aguas Subterráneas no sólo acogen lo que muere, sino que preparan lo que viene.

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