viernes, 22 de agosto de 2025

Más peligroso que caminar deprisa sin rumbo es creer que existe un único rumbo válido para todos.


El progresismo ciego es la obsesión moderna por el movimiento, la aceleración y el “progreso” sin preguntarse por la finalidad última. La modernidad, al perder la noción de télos (fin, meta), convierte la velocidad y la innovación en fines en sí mismos. En ese sentido, la ideología del progreso es un puro desplazamiento sin destino.
Sin embargo, no existe una sola dirección universal válida ni un “sentido de la historia” en clave hegeliano-marxista. Lo importante no es tanto “encontrar la dirección correcta” en abstracto, sino recuperar raíces, tradiciones, identidades concretas y orientaciones plurales que permitan a cada pueblo o cultura decidir hacia dónde quiere ir. Depende de la memoria histórica, la identidad cultural y la fidelidad a una tradición que permita dar sentido al movimiento.

jueves, 21 de agosto de 2025

No es estando libre de temor como realizas lo que quieres, sino asumiendo el temor como destino cuando actúas por aquello que te trasciende.

 


La idea de que existe un “querer auténtico” que solo se ve impedido por el miedo es típica de una antropología liberal e individualista, que presupone que cada individuo tiene en sí mismo un núcleo de deseo verdadero que se liberaría si se eliminaran las restricciones externas (miedo, coacción, autoridad). Esta concepción reduce al hombre a un ente desarraigado cuyo fin es la autorrealización psicológica.

El temor no es simplemente un obstáculo, sino un elemento estructurante de la existencia humana. El miedo a la muerte, al fracaso y a la exclusión social no son accidentes que se podrían “suprimir” sin alterar la condición humana, sino dimensiones esenciales que nos orientan hacia lo común, lo simbólico y lo sagrado. El hombre sin temor esun ser irreal, deshumanizado, sin sentido de límite ni de pertenencia.

"Haz lo que quieras” sin el filtro del temor suena a disolución de todo orden comunitario. La vida social, la tradición y el ethos colectivo implican límites, incluso temores: perder el honor, traicionar a los antepasados, romper con la palabra dada. No es el miedo como inhibición psicológica a lo que me refiero aquí, sino la consciencia de que nuestros actos están inscritos en una trama que nos precede y nos trasciende.
No se trata de liberarse del temor para realizar los deseos individuales, sino de asumir que el temor, el riesgo y la responsabilidad son parte de lo que da valor y sentido a nuestras acciones. El heroísmo, por ejemplo, no consiste en estar libre de miedo, sino en obrar a pesar del miedo, por fidelidad a algo mayor que uno mismo.

miércoles, 20 de agosto de 2025

No renuncies al mundo: ámalo con fuerza y sin deseo de poseerlo. La perfección no está en huir de lo temporal, sino en afirmarlo.


Rechaza las filosofías que tiendan a desvalorizar el mundo, la carne, lo temporal y lo concreto en favor de una perfección abstracta o de un más allá.
Este tipo de filosofías forman parte de una visión «dualista» de raíz platónica que separa lo espiritual de lo material y que alimenta una ética de la mortificación, la obediencia y la negación de la vida.
Son una expresión de la «moral de la renuncia», vinculada a lo que Nietzsche criticaba como resentimiento contra la existencia.
Enfatiza el arraigo, la pertenencia y el disfrute del mundo sensible. La perfección no radica en el desprendimiento de las cosas, sino en el uso noble y comunitario de ellas.
La propiedad en sí no es condenable, sino la reducción de toda relación al plano puramente económico e individualista. Las cosas temporales tienen un valor intrínseco, ligado al honor, la belleza y la continuidad cultural.
No obstante, hay que criticar siempre el deseo posesivo sin medida, el consumismo y el espíritu burgués de acumulación. En este sentido, “renunciar al deseo de propiedad” no significa negar el mundo, sino liberarse de la obsesión mercantil y utilitarista que reduce todo a objeto de consumo.

martes, 19 de agosto de 2025

No elimines tus defectos: conviértelos en destino. Quien borra su sombra borra también su fuerza.


Tanto el moralismo cristiano convencional como el racionalismo moderno pretenden “corregir” al hombre como si fuera un mecanismo. 

La Grecia arcaica, en cambio, entiende la vida no como suma de virtudes y defectos, sino como tensión inseparable entre fuerzas, instintos y destinos. Pensar que lo esencial es eliminar defectos responde más al ideal moralizante de perfección que al espíritu heroico de aceptar la condición humana.

Desde una visión trágica, lo que llamamos “defecto” puede ser también la otra cara de una fuerza creadora. El mismo rasgo que en unas circunstancias aparece como limitación, en otras se revela como potencia.

Como decía La Bruyère, es más fácil acumular virtudes “externas” que transformar lo profundo del carácter, pero el objetivo no es eliminar el defecto, sino transfigurarlo en destino.

El ideal moderno de un hombre sin defectos y sin sombras es peligroso porque desemboca en homogeneización y pérdida de singularidad.

Es un error considerar el defecto como algo a suprimir. Lo trágico consiste en asumir que nuestros límites son inseparables de nuestra grandeza.