lunes, 17 de noviembre de 2025

LA PRIVACIDAD DE LO SAGRADO: CONTRA LA INSTITUCIONALIZACIÓN DE LA REVELACIÓN


En el marco de las religiones organizadas la revelación se entiende como un acto público, normativo y universal, cuyo contenido queda fijado en textos, dogmas y magisterios. La experiencia individual (los llamados fenómenos místicos o visiones privadas) es tolerada solo bajo condiciones estrictas, subordinada al canon doctrinal y vigilada por la autoridad eclesiástica. 

Frente a este modelo, la filosofía aquí expuesta propone una noción radicalmente distinta: toda revelación es privada, no en el sentido de clandestina o subjetiva, sino en el de encarnada y singular. Lo sagrado no se presenta como información universal disponible para todos por igual, sino como acontecimiento íntimo ligado al cuerpo, al lugar, al tiempo y al estado espiritual de quien lo recibe. Esta concepción elimina de raíz la posibilidad de un “depósito cerrado de la fe”.

El llamado depositum fidei es la idea, propia del monoteísmo institucional, de que existe un cuerpo doctrinal definitivo, custodiado por una autoridad central y separado de las contingencias históricas. Sin embargo, esta noción presupone que la experiencia de lo sagrado es estática, que el Misterio puede fijarse en formas conceptuales, y que la vida espiritual es transmisible como un contenido.

La ontología aquí propuesta afirma lo contrario: la fe no se guardano se conserva como un objeto ni se reduce a una forma, sino que se vive en la relación activa con el mundo. La fe no se orienta hacia un único referente sino hacia la totalidad del Ser, porque lo divino no se concentra en un centro exclusivo sino que vibra en todas partes. Por eso, una revelación universal y pública, equivalente a un mensaje doctrinal, no solo es imposible: es una contradicción conceptual.

Clasificar las experiencias místicas, medir su legitimidad, ordenar sus formas y delimitar sus fronteras constituye menos un acto de discernimiento espiritual que un intento de control. Catalogar es reducir, normalizar, domesticar un acontecimiento que por esencia escapa a la norma.

Toda experiencia espiritual auténtica es irreductiblemente singular y su sentido no puede ser evaluado mediante criterios externos ni homologado a un patrón teológico. En su raíz, la experiencia mística es indócil, no por rebeldía sino por naturaleza: no pertenece a la institución, sino al Misterio.

La subordinación de toda revelación privada a una orientación explícita hacia Cristo implica dos reducciones simultáneas: la reducción del mismo Cristo, que queda limitado a figura normativa y no a símbolo universal; y la reducción de lo divino, cuya pluralidad se estrecha hasta un solo rostro. 

Cristo es ciertamente un símbolo de enorme potencia: figura solar, arquetipo del Dios sacrificado, mediador entre vida y muerte y puente entre los mundos; pero su eficacia simbólica se disuelve cuando se clausura su pluralidad. Convertirlo en único centro de la experiencia sagrada implica negar la legitimidad espiritual de la Madre telúrica, de los espíritus del bosque, de los muertos, de los elementos, de los dioses localesLa exigencia de cristocentrismo para validar la experiencia espiritual constituye, por tanto, un acto de mutilación del espíritu.

La raíz del problema no es Cristo ni muchísimo menos, sino la institucionalización de la experiencia mística. El Misterio no admite fronteras porque no es un objeto: se resiste a la unificación doctrinal porque no es un concepto y no puede ser administrado, porque no es propiedad de nadie. Toda institución religiosa tiende a fijar, delimitar y legitimar, pero el Misterio es móvil, cambiante, simbólico e inesencializable. Ponerle límites equivale a traicionarlo.

La tradición viva (oral, ritual, corporal, visionaria) nunca ha dependido de un magisterio, sino de linajes iniciáticos, custodios del símbolo, prácticas rituales, pactos con los poderes invisibles y transmisión de maestro a discípulo. El magisterio es un invento tardío; la experiencia mística es anterior.

Toda doctrina de “revelación definitiva” desconoce la naturaleza dinámica de lo divino: si el Misterio es infinito ninguna revelación puede agotarlo, y si lo divino está vivo ninguna palabra puede fijarlo. Lo sagrado no ofrece "correcciones" ni "superaciones" entre épocas, sino transformaciones, modulaciones y rostros distintos del mismo fondo inefable.

Cada comunidad, época e individuo reciben su porción de Misterio según su sensibilidad, su relación con la Naturaleza, su estado espiritual y su necesidad simbólica. La "Revelación" no es un único mensaje lineal que se despliega en el tiempo, sino una multiplicidad de apariciones simultáneas, un fulgor que cambia según la mirada.


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