martes, 18 de noviembre de 2025

REINTEGRACIÓN, PLURALIDAD Y LINAJE vs. SALVACIÓN UNIVERSAL


La idea de “salvación” ocupa un lugar central en las religiones monoteístas de matriz abrahámica. Implica un diagnóstico previo (la caída, la culpa original, la ruptura entre Dios y el ser humano) y un remedio externo: un mediador, un sacrificio, una doctrina que repara la fractura. Sin embargo, 
esta arquitectura teológica no es universal: responde a una visión histórica y cultural que concibe la existencia como drama moral, no como ciclo ontológico.

Nosotros partimos de un principio contrario: no hay nada de lo que salvarse. No porque la vida sea perfecta, sino porque nunca ha existido separación entre el individuo y la Divinidad. El sufrimiento pertenece al ciclo natural, no a un castigo metafísico; la muerte es un tránsito, no una condena. La salvación, por tanto, no es "rescate" sino reintegración: recuperar la percepción del ritmo sagrado del mundo.

La existencia humana es una expresión del ciclo cósmico. No hay ruptura originaria ni expulsión de un estado privilegiado: la separación es un efecto de la consciencia, no un acontecimiento histórico. El remedio no es una redención externa, sino el reencuentro con la pertenencia natural al territorio, al linaje, a los ancestros, a los ritmos estacionales y a los espíritus del lugar. 

La “Verdad” no es una doctrina revelada ni una Persona absoluta, sino la experiencia directa del Misterio en la multiplicidad de sus formas. Este desplazamiento tiene profundas consecuencias filosóficas: desactiva la necesidad de mediación y cuestiona la legitimidad de cualquier pretensión universalista.

Desde esta perspectiva, Jesús es entendido como un arquetipo del Dios solar que muere y renace, presente en múltiples tradiciones agrarias (Osiris, Tammuz, Dioniso). Su simbolismo es fértil, pero su monopolización no lo es. Transformarlo en “La Verdad” o “El Camino Único” implica reducir la multiplicidad del Cosmos a una sola figura. La Divinidad no se agota en un rostro: se manifiesta en un politeísmo simbólico de fuerzas, energías, dioses, espíritus y elementos.

La pretensión cristiana de universalidad (“anunciar la Verdad a todos los pueblos”) supone un paso decisivo del Misterio a la conquista, sustituyendo la pluralidad de lenguajes sagrados por un discurso normativo y reemplazando el diálogo ritual con una dinámica de sometimiento.

El Misterio no puede convertirse en consigna sin profanarse, porque la sabiduría no se impone sino que se contagia, se transmite por resonancia o por convivencia. La enseñanza espiritual no busca masas, sino disposiciónEn contraste con las religiones que exigen discípulos universales, cada territorio, cada linaje y cada clan tiene su propio pacto con lo sagrado.

Unificar todas esas vías en una sola “fe” universal implica un desarraigo espiritual: arrancar al individuo de su suelo simbólico, de los dioses locales, de las prácticas vivas del territorio para injertarlo en una ley extranjera. La homogeneización religiosa equivale a una deforestación del espíritu.

La distinción entre tradición apostólica y tradición iniciática expresa dos filosofías de lo sagrado. La tradición apostólica se fundamenta en autoridad, texto, canon fijo y sucesión jerárquica: se trata de un sistema centrípeto que concentra el poder espiritual en instituciones. Su lógica es la administración del Misterio mediante formas literales. La tradición iniciática, por el contrario, se basa en transmisión oral, ritual, contacto con la naturaleza y los espíritus, símbolos cambiantes, linajes vivos y prácticas secretas o semisecretas. Aquí el conocimiento no se acumula en un archivo, sino que se enciende como un fuego que pasa de mano en mano. No se conserva: se renueva. Mientras la tradición apostólica fija y canoniza, la tradición iniciática fecunda

Si la verdad es experiencia y no dogma, entonces nunca puede ser definitiva. La doctrina monoteísta sostiene una revelación culminada, pero nosotros sostenemos un Misterio inagotable, no porque deba ser ampliado, sino porque no puede ser clausurado.

Cada época y cada individuo recibe su parte del Misterio según su propio estado espiritual. Esta pluralidad no implica relativismo, sino fidelidad a lo real: la Divinidad es múltiple en sus manifestaciones, aunque Una en su fundamento. No hay contradicción entre las revelaciones: hay transformación.

No hay comentarios:

Publicar un comentario