viernes, 21 de noviembre de 2025

LA TRADICIÓN DE LA NATURALEZA


La teología institucional distingue entre una tradición escrita (las Escrituras) y otra oral (la predicación apostólica). Esta duplicidad pretende garantizar la continuidad de un mensaje considerado divino, fijado tanto en texto como en magisterio. 
Sin embargo, dicha distinción resulta incomprensible en una cosmovisión donde no existe fractura entre tradición y Naturaleza ni entre palabra y mundo: la tradición auténtica no es una doctrina transmisible, sino un vínculo vivo con la tierra, las fuerzas del entorno y los espíritus que habitan el paisaje. De ahí que la oposición entre “fuente oral” y “fuente escrita” aparezca como una construcción propia de religiones basadas en la codificación del poder espiritual.

La tradición no es un conjunto de contenidos, sino la prolongación de un vínculo ontológico con el entorno. La Naturaleza no es un objeto, sino el ámbito mismo de lo sagrado.

Todo gesto, rito o símbolo emerge de esa continuidad. No hay necesidad de fijación textual porque el saber no es proposicional, la experiencia espiritual no se memoriza y el Misterio no es un mensaje. Lo vivo y lo sagrado coinciden: tradición es NaturalezaPor ello, cualquier división entre lo que se dice (oralidad) y lo que se codifica (escritura) representa una ruptura artificial. Ambas formas de fijación surgen únicamente cuando la espiritualidad se institucionaliza.

Si no existe separación entre mundo y palabra, la introducción de dos “fuentes” de tradición no transmite continuidad, sino que constituye un doble mecanismo de control del poder religioso: lo que se dice (predicación regulada) y lo que se codifica (texto sancionado). La espiritualidad institucional transforma la experiencia directa del Misterio en estructura, archivo y autoridad, pero la palabra no es un código, sino un acto ritual, y la escritura es una herramienta útil pero insuficiente para contener el flujo espiritual. La escritura es en última instancia una forma muerta del conocimiento porque fija lo que debería permanecer en movimiento.

No hay un único “misterio de Cristo” como plenitud absoluta de lo divino; Cristo es un símbolo legítimo, fértil y significativo del ciclo de muerte y renovación, presente en múltiples culturas agrarias. Su reducción a centro absoluto de lo sagrado constituye una mutilación de la pluralidad divina, una apropiación de lo simbólico por parte de una institución y un intento de monopolizar la experiencia espiritual mundial. La Iglesia, en su afirmación de exclusividad, convierte un arquetipo universal en un dogma particular.

En las culturas tradicionales, el Misterio se manifestaba a través de diversas potencias: la Madre Tierra, los astros, los antepasados, los espíritus del bosque o los dioses locales. Reducir esa diversidad a una sola “Fuente divina” implica un monismo interpretativo que borra la complejidad ontológica del Cosmos. Lo sagrado no es una unidad trascendente que irradia hacia el mundo, sino una multiplicidad inmanente que surge desde el interior del Cosmos mismo.

El concepto de “depósito de la fe”, por otro lado, presupone dos ideas problemáticas: propiedad espiritual (alguien custodiaría algo que pertenece a todos) y fijación del saber (el Misterio se convertiría en contenido transmisible). Frente a ello, el saber espiritual no se acumula, ni se preserva como archivo, ni se conserva como capital doctrinal. Muy al contrario, el saber sagrado se practicase renueva y se adapta a cada generación; surge del territorio, depende del linaje y responde al tiempo cíclico. Como cada comunidad recrea su propio vínculo ritual no existe una verdad universal que deba custodiarse, sino un entramado dinámico de experiencias locales.

La institución religiosa que afirme poseer certeza absoluta sobre el Misterio incurre en una contradicción filosófica, pues lo sagrado es cambiante, parcial, simbólico, dependiente de la relación con el entorno e irreductible a conceptos cerrados. Pretender una certeza absoluta equivale a monopolizar el espíritu. La noción de certeza ha de ser sustituida por la observación de los ciclos, la intuiciónla experiencia personalla comunión con el entorno y la escucha del linaje, y ninguna autoridad externa puede sustituir ese proceso.

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